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Blog

x Abdías López

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P  O  E  S  Í  A  S

ÉL ES UN PREDICADOR

¡Él es un predicador, sí señores!

La Palabra es su cayado y su espada, 

Su azadón, su martillo y su plomada,

Su brújula, astrolabio y motores.


Con la pluma, la métrica o el arpa,

Por bocina, en el papel o al teclado,   

En los caminos, tú a tú o sobre estrados,

La palabra librará sus batallas.

No se confunda usted cuando no la hable, 

Se predica ella mejor encarnada; 

El final de todo discurso es nada, 

Y en el arte del silencio hay mensaje. 


Tampoco vaya a creer que no se suda, 

Ni que se cubre el pan con nuestra sátira;

Suda el predicador más sangre y lágrima,

Y a gracia y verdad solo Dios ayuda.


No tiene razón para arrepentirse 

De responder con gozo a su llamado; 

Si lo hace bien, será recompensado 

Más allá de su alcance después de irse.

OIGO

Oigo que el mundo calla lo que el silencio grita
Oigo correr las lágrimas más alto que cascadas 
Oigo el vacío del hambriento 
Oigo el sudor del jornalero en lo que consumo
Oigo todo el discurso en un gesto
Oigo el minutero del que gasta vida sin invertirla 
Oigo cadenas que llevan los presos de su libertad
Oigo que Dios no se cansa de hablarle a los sordos
Oigo si no me oyes

VUELVE EL ALMA AL PIANO

Volvió el alma al piano 
por el toque de sus teclas en mis dedos.
Otra vez galoparon los martillos sobre el tiempo
en el clavijero de fibras de mi existencia. 
Las brisas de nuestras memorias,
en la superficie de sus misterios profundos,
surcaron olas de arpegios 
que se agolparon sobre mi pecho,
y nos devolvieron la respiración.
El silencio fue de tantos tiempos 
que casi nos afixia,
pero sólo el Creador conoce 
el silencio que es parte 
y el que es fin de su obra.
Parecía que mi piano había expirado
en aquel cementerio de instrumentos,
pero hallé que el don es a vida en otro instrumento
como el Espíritu lo es al hombre renovado.
Mi piano y mi cuerpo se extinguirán juntos 
pero la música que hicimos 
seguirá al alma para adoración eterna.

Pensamientos

Tema: H U M I L D A D

Somos muy únicos, diversos y valiosos, más de lo que pensamos; y somos muy comunes, iguales e insignificantes, más de lo que pensamos también.

Cuando veas lo que haces bien, no desprecies ni te enaltezcas, pues otros hacen bien otras cosas que tú no puedes. Cuando veas lo que otros hacen bien, no envidies ni te subestimes, pues tú haces bien otras cosas que ellos no pueden.

La humildad de corazón es el mejor traje que pueda ceñirse la novia de Jesucristo. Los días de la soberbia están contados pero los humildes permanecen en el reino para siempre.

Toda forma de virtuosidad ha de tener por lustre la humildad, o carecería de brillo alguno. Cuando se conjuga la excelencia con la humildad, se engendra la maravilla.

El elogio prueba al corazón, y si su efecto es la jactancia, inhabilitaría aquello por lo que hemos sido elogiados.

No es en los grandes escenarios sensacionalistas que la Palabra se está haciendo carne hoy, sino todavía en los pesebres que son viles y menospreciables al mundo. Sigamos la estrella arriba y sus señales de humildad abajo.

La talla del reino de los cielos es para pequeños. El que no se haga como uno de ellos, no cabe ni puede entrar.

Un mundo que gratifica a los soberbios y rechaza a los humildes es una gran decepción. En cambio, “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”

En la iglesia no deberían caber las élites, el único Altísimo de la iglesia es Jesucristo y fue el que “…también descendió primero a las partes más bajas de la tierra.” Si no nos humillamos con Él, no podremos ser glorificados con Él.

Jesús, su nombre es “Salvación”. Quien no se haya reconocido perdido, tampoco podría conocerle como Salvador. Y nadie, ninguno tiene otro mérito en esto, que el de la cruz de Cristo. Mantengámonos humildes.

No es importante quedar en las crónicas de las hazañas de los hombres que al fin se desvanecerán. Importante es estar inscritos en el libro de la vida y las crónicas eternas de los héroes de la fe, que perdurarán con Dios por siempre.

Nuestra búsqueda no debe dirigirse a ser conocidos por los hombres, sino a que Jesucristo sea conocido por los hombres, y nosotros seamos conocidos por Él.

Reflexiones

Tema: H U M I L D A D

La humildad de los siervos del Señor

Veamos, hermanos, en la madre del Mesías y Dios nuestro, Jesucristo, y en la madre del más grande profeta de todos los tiempos, Juan el Bautista, la humildad de sus corazones y la convicción de la sola misericordia de Dios cuando somos favorecidos por Él. En cambio, la soberbia está al otro lado radicalmente opuesto a la gracia y la bienaventuranza del Señor. 
La tendencia de la naturaleza humana de Elisabet pudo haberle llevado a sentir celos o envidia de su prima, porque el niño de su vientre era incomparablemente mayor que el suyo, en cambio fue otra la convicción del Espíritu Santo que le llenó. Ella reconoció la virtud concedida por Dios a su pariente por encima de la suya propia sin perjuicios; y en cuanto a sí, más bien reconoció su indignidad ante el favor inmerecido que Dios le daba al enviarle a su prima, aunque ella misma llevaba también un grandísimo propósito en su vientre. 
Y ¿qué responde María al elogio? Su reacción fue adoración al Señor y reconocimiento de su bajeza personal, aun cuando era una mujer pura, santa y virtuosa en toda su manera de vivir. La Escritura nos enseña que el elogio prueba al corazón. Y por su humildad, María también resultó aprobada como buena sierva en su respuesta al elogio. ¡Vean qué estirpe y talla de mujeres escogió Dios para alumbrar su gran plan al mundo!
Así como esta imprescindible virtud de la humildad estuvo presente desde la concepción de Jesús, Él mismo nos enseñó el lugar que ocupa en el plan de salvación de Dios para dar reposo aquí y en la eternidad a nuestra alma: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” (Mateo 11:29) La humildad es de adentro hacia afuera, como las demás virtudes de los santos. Se basa en el entendimiento de la verdad en nuestro corazón. No puede ser imitada exteriormente con “acciones humildes”, sin entender la realidad de nuestra baja condición respecto a la infinita grandeza y santidad de Dios. 
Oigamos para que veamos, hermanos e iglesia del Señor. Y por favor, recordemos continuamente que su Espíritu está buscando y llamando corazones entendidos, que son corazones humildes, para seguirlos usando hoy en el cumplimiento de su gran propósito para el fin de los tiempos. ¿Cómo será esto posible a pesar de nuestra naturaleza humana corrompida? “…El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra...” (Lucas 1:35) Andemos en el Espíritu y rindamos a Él todo nuestro ser en todo tiempo, para que nos llene oportunamente. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” (1 Pedro 5:6) 
Ser llenos del Espíritu Santo NO conlleva a envanecimiento o presunción alguna de poder; sino al contrario, a la humillación de nosotros mismos reconociendo que somos menos que nada, y la exaltación de Jesucristo y SÓLO de Él. Somos inefablemente favorecidos, sólo por la gracia y misericordia de Dios, cuando nos usa como instrumentos y vasos de honra en su ministerio y su templo vivos. 
Humildad, humildad, humildad… El Espíritu Santo sigue llamando hoy a la novia de Cristo en humildad. Esa es la estirpe de esposa que ha escogido para sí. ¡Aleluya, amén! 
Por favor, te rogamos así ayúdanos, Señor. Muchas gracias porque así te plació. En el nombre de Jesucristo, Amén.

Lucas 1:39-55

“En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen. Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.”

¿Qué lugar queda para la jactancia?

¿Qué lugar queda para la jactancia?... ¿Podrían jactarse Moisés por la revelación del diseño, o aquellos hombres que implementaron de obra primorosa el tabernáculo, mientras fue Dios su autor e inspirador? ¿Y si se jactaran respecto a otros hombres que no lo edificaron, no se estarían jactando más bien respecto a Dios, y atentando contra la gloria que sólo Él merece? ¿Acaso podría jactarse el instrumento o la obra con su hacedor? ¿No fue ese el pecado que originó al Adversario? Así también debemos tener, nosotros hoy, sumo cuidado con la jactancia, el orgullo y la soberbia. El orgullo es una condición de ignorancia y necedad del corazón, en su desconocimiento de Dios y sus obras. Y la humildad es fruto de sabiduría y entendimiento, que no son méritos nuestros, sino de la gracia de Dios que nos da alguna medida de vista, aunque sólo Él ve y conoce todo, a todos y todas las cosas. Entonces, ¿qué lugar queda para la jactancia? Ninguno. Toda la honra pertenece solamente al Señor, y Él es soberano para compartirla con quienes quiere. De nosotros es el ser agradecidos, alabarlo y adorarlo por sus proezas, y por hacernos partícipes de ellas. Por tanto, hermanos, seamos humildes. Te rogamos así ayúdanos y perfecciónanos, Señor. Amén.
“Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia.” Proverbios 2:6

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